Aprender a sostener la vida
La llegada de los nuevos seres al mundo, en fragilidad extrema, hace que en el hogar se creen unas condiciones de amor y cuidado necesarias para sostener la vida en los primeros momentos. La entrega de mamá y papá es grandísima, pues el pequeño cuerpo demanda atención continua. Además, sus formas de comunicación son básicas (llanto, sonrisa, movimientos), de forma tal que los adultos interpretan y responden a las mismas gracias a la identificación que hacen con el pequeño, es decir, empiezan a leer lo que puede estar necesitando a partir de su propias necesidades, deseos y referentes.
Alimento, cuidados y afecto se entremezclan para permitirle a la nueva vida que respira, crecer. Antes ha pasado nueve meses en “condiciones placentarias” dentro de su mamá, cuyo cuerpo ha hecho crecer el del feto gracias a procesos biológicos que realiza de manera sabia la madre naturaleza. Para ella, procurarse cuidados sanos así misma, ha sido la mejor manera de empezar a ejercer su nuevo rol. De ahí, una clave importante se desprende: Para que la madre realice muy bien su función, es fundamental que sepa cuidar de sí misma, y esto quiere decir construir su propio bienestar físico, emocional y espiritual…. siempre.
Cuidarse de los excesos
Sin embargo, la identificación que inicialmente permite leer e interpretar las necesidades del bebé, debe dar paso a una escucha verdadera de lo que éste efectivamente quiere, a medida que sus estrategias comunicativas se van haciendo más y más expresivas. De lo contrario, se corre el riesgo de cargar a los pequeños con lo que el adulto proyecta de sí mismo: Deseos, expectativas, angustias, miedos.
Cuando las experiencias personales no elaboradas por los padres orientan sus lecturas y acciones, se corre el riesgo de aprisionar a los niños a causa de un pasado lejano que no les corresponde. Los padres con temor a que sus hijos “padezcan” lo que fue vivido por ellos de manera angustiosa, olvidan que los sucesos son experimentados por cada sujeto de manera diferente (lo que para una persona puede haber sido traumático, no necesariamente lo es para otra). En su afán por evitar ciertas situaciones, los padres proyectan en especial la carga afectiva de temor o miedo frente a las mismas, lo cual es recibido por el niño con mucho más impacto; en consecuencia, termina viéndose limitado por algo que no es suyo. De ahí la importancia de elaborar y sanar la propia historia continuamente.
Cuando las expectativas en relación al hijo provienen de deseos no realizados de los padres, vividos en su momento como anhelos dolorosos, tampoco le permiten a los hijos desarrollarse en la libertad de explorar las inclinaciones que le son propias. Los niños son particulares lectores de las emociones de sus padres y con frecuencia orientan sus deseos a partir de lo que suponen que quieren para ellos. Si bien en un primer tiempo es necesario que los hijos existan en el deseo de los padres para inscribirlos en su universo simbólico, cuando los padres sobrepasan en desear en nombre de su bebé, le inhiben de explorar sus propios deseos. En ese sentido, al crecer, el niño más que buscar lo que quiere, experimentará la angustia de necesitar que alguien más le indique o le resuelva, qué es lo que desea (como si esto pudiera recibirse desde el afuera en lugar de sentirse desde dentro).
Por último, cuando la identificación entre padres e hijos es tal que los adultos se sienten realizados a través de los niños, se corre el riesgo de que mutuamente pierdan el rumbo de la propia existencia. Puede suceder que por la gran entrega que han hecho más madres hacia sus hijos durante ese primer tiempo de vida, sean ellas quienes con más frecuencia se vean atrapadas en la ilusión de vivir a través del otro, sin que en verdad se estén “ocupando” de inventarse algo a partir de su propio deseo. Probablemente la construcción de sí ha tenido que ser puesta en espera para nutrir la nueva vida, pero llega un tiempo en que es necesario que un tercero intervenga para recordar a la madre que ella y su hijo no son uno solo, si no que cada uno debe hacerse a sí mismo. Es ideal que tal llamado sea realizado por el padre, quien convoca a la mujer que hay en ella para recordarle que no es sólo madre (y mejor aún si acompaña su demanda de amor, con amor auténtico, para invitarla a entrar nuevamente en su centro); a su vez, con su intervención el padre le transmite al hijo la idea de que es uno en sí mismo, lo que le aporta la libertad necesaria para que inicie la búsqueda de sus propio destino, con la confianza de que dentro suyo están todas las habilidades para irse descubriendo a sí mismo, a través de los encuentros con los otros y al mundo al que ha nacido. La vida es un don que hemos recibido cada uno de nosotros, y hacerle honor es sobre todo ocuparnos responsablemente de la propia.
Enriquecer la vida
El mundo familiar brinda acogida en la llegada de los nuevos seres, pero quedarse allí significaría asfixiar las posibilidades infinitas de descubrir otros horizontes; así que para continuar con el intenso ritmo de desarrollo que se vive en la primera infancia, es necesario salir de esa esfera íntima y empezar a tener contacto con el mundo social.
Se nace y con la primera respiración, el niño deja de estar sostenido por el cordón umbilical; se convierte en un organismo biológico autónomo. Sin embargo, es tan frágil “la cría humana” que necesita una segunda matriz para continuar nutriéndose, sólo que esta es además de material, moral y espiritual. Es este el hogar familiar. Ahora bien, para seguir creciendo se hace necesario que este segundo cordón umbilical se rompa (Dolto, 2004). De tal forma, evoluciona para la madre la interpretación que hasta entonces ha hecho de las necesidades de su bebé, en una autentica escucha de lo que efectivamente el niño siente a partir de lo que experimenta. Dicha escucha se logra ya no sólo por empatía corporal, si no que viene acompaña de palabras… importante recurso que caracteriza a nuestra especie de las demás: Su capacidad de lenguaje.
Los seres humanos somos seres de contacto, de intercambio; nos hacemos a nosotros mismos a partir de los encuentros con los otros, pues en esas interacciones se revelan nuestras potencias, nuestros límites, nuestros talentos. Pero estar con otros es un aprendizaje. En el mundo familiar es común que todo se re-configure y se adapte especialmente para el bebé con su llegada; sin embargo, la entrada al mundo social implica aprender a adaptarse al mundo:
Mundo familiar → Se adapta al bebé
Mundo social → Para que el niño aprenda a estar con otros
Para algunos esa salida significa darse cuenta de que no se es único, si no que hay múltiples unicidades… pero es en sí tan fascinante el mundo, que la curiosidad inherente a los niños encontrará continuamente fructíferas realizaciones. De ahí que lo más fértil de salir al encuentro con los otros, sea la ampliación su propia perspectiva.
Bibliografía referenciada
Dolto, Francoise. (2016). Les chemins de l´éducation. Editions Gallimard. 339p.